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Nací en Sofía, capital de Bulgaria, hace ya más de 80 años. Llegué pequeño a Venezuela y usurpé la nacionalidad de acá, lo cual me ha valido mucho. He sido guerrilero, profesor universitario, diputado, ministro, candidato a presidente, editor de periódicos y hasta mujeriego, padre y abuelito...

lunes, 25 de julio de 2011

Teodoro Petkoff: "A matar un policía por día"


El profesor Lovera dirigía junto a Petkoff  el aparato
insurreccional, pero a Lovera lo asesinaron
y a Petkoff lo confinaron, sin tocarle
un pelo, al Cuartel San Carlos

“Teódulo Perdomo”, “Boca e’ Poceta”, Simón Bocanegra, Teo o, simplemente, Teddy; un nombre para cada faceta: el delator, el parlamentario, el difamador, el farsante, el multimillonario, multiforme escuela dialéctica que esconde a un soberano cobarde, supo siempre “vivir la pepa”.

Entrados los 60, Petkoff era considerado la cabeza visible del terrorismo en Venezuela, pero nunca le pasaba nada. Teódulo ordenó secuestrar aviones, y suya fue la idea de matar “un policía diario”, consigna que causa asombro cuando recordamos que lo vimos abrazar y saludar efusivamente a Bill Clinton, en La Carlota, durante el último gobierno de Caldera. Todo un “santo varón”.

Recordemos que aquella consigna de matar a un policía diariamente no podía ser sino una locura. Sin embargo, quienes levantaban sus voces para reprochárselo a Petkoff y a su secuaz Pompeyo Márquez, terminaban desterrados de la revolución. Era el más vil ejercicio stalinista.

La propuesta de Petkoff, de matar un policía por día cayó mal en la opinión pública y terminó por desacreditar a los comunistas. Las paredes de Caracas comenzaron a rayarse con pintas ordenadas por la propia Central de Inteligencia Americana (CIA) y que los adecos escribían gustosos: “COMUNISTAS ASESINOS”.

Resultaba del todo inexplicable que Petkoff estuviese siempre cayendo preso y evadiéndose de la manera más tranquila. Nadie se explicó nunca lo de la captura del profesor Alberto Lovera, quien era un hombre duro.

El profesor Lovera dirigía junto a Teodoro el aparato insurreccional, pero a Lovera lo asesinaron y a Petkoff lo confinaron, sin tocarle un pelo, al Cuartel San Carlos. De allí se evadió.

Otra pregunta que se hacen los cronistas de la época: ¿cómo pudieron ser asesinados los hermanos Pasquier?, que no eran tan conocidos, y en cambio Petkoff y Pompeyo andaban muertos de risa en Caracas, cuando todo el mundo sabía dónde estaban, principalmente Gonzalo Barrios y Carlos Andrés Pérez.

Los Pasquier dirigían la logística de las guerrillas, y cuando cayeron (de una manera extraña y sospechosa) fueron muertos enseguida. El poeta Argenis Rodríguez, un intelectual víctima de Luben y Teodoro, afirmó en uno de sus escritos: “¿Quién más que Teodoro Petkoff sabía quiénes eran y que responsabilidad tenían el profesor Lovera y los hermanos Pasquier? Así pues, el profesor Lovera y los hermanos Pasquier cayeron, fueron torturados y al final muertos con el tiro de gracia”.

Petkoff se convirtió en buen aliado de Carlos Andrés Pérez.
Igual como de Lusinchi, Luis Herrera y , por supuesto, de Caldera
Durante la segunda administración de Carlos Andrés Pérez, quien a salto de caminante reconquistó el poder por segunda vez en 1988, Petkoff, candidato presidencial frustrado con dos derrotas a cuestas (presidencia y alcaldía), se presentaba como un neoizquierdista domado, maduro e inofensivo para el sistema.

En febrero de 1989, el Caracazo dividió en dos la historia democrática de Venezuela. Petkoff, que se había destacado por haber levantado la voz disidente ante la invasión de Checoslovaquia, ante los acontecimientos del 27 de Febrero asumió el síndrome de Shakira: sordo, ciego y mudo. Fue un cómplice silencioso de la pena de muerte colectiva decretada por CAP y su esbirro Italo del Valle Aliegro.

Probablemente, no quiso opacar a su salvador Rafael Antonio Caldera, quien sí supo de manera hábil e inteligente capitalizar las innumerables y lamentables pérdidas humanas que cobró el paquete de medidas económicas implantadas por el Fondo Monetario Internacional de la mano de Miguel Rodríguez. Petkoff aprovechó el momento. Se acercó a Caldera y puso a su disposición la modesta pero engrasadita maquinaria del Movimiento Al Socialismo.

El fundador de Copei, políticamente desahuciado por sus delfines, encontró en el discurso renovado y neoliberal de Teodoro la solución para armar el comando de campaña requerido en su afán por empatar el récord de CAP, en eso de ser Presidente dos veces. Después de varios ensayos y ministros de economía, la Agenda Venezuela y Petkoff pasaron a ser emblemas de miseria e injusticia.

Su más importante función dentro del gabinete de Caldera fue defender los acuerdos de Venezuela con el FMI. Es decir, en su definitivo giro ideológico, correspondió a Petkoff asumir el papel de predicador neoliberal y explicarle a sus confundidos compatriotas por qué había que restringir el gasto público –el mítico gasto social-, aumentar los impuestos, multiplicar el “ridículo precio” que se pagaba por la gasolina, privatizar las empresas del Estado, prescindir de funcionarios inútiles, liberalizar las normas de despido, acabar con las prestaciones sociales y eliminar barreras arancelarias que mantenían artificialmente vivas a numerosas industrias nacionales que distorsionaban todo el proceso económico y encarecían injustamente el costo de la vida. Palo de argumento.

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