A Hugo Chávez el gobierno estadounidense le puso el ojo apenas salío de Yare |
“El comunismo encuentra
gran audiencia allí donde no gobierna”
Henry Kissinger
político estadounidense
En 1997 el Departamento de Estado se negó tajantemente a otorgar una visa al comandante Hugo Chávez. Como se recordará, el teniente coronel (r) Hugo Chávez militaba en el ejército venezolano hasta que, un día, consiguió unas tanquetas e intentó entrar al Palacio de Miraflores sin tocar la puerta. Como consecuencia, los tribunales militares lo sentenciaron a la cárcel.
Chávez pagó su cana y quedó en libertad, se puso un liqui-liqui y, para no andar de ocioso, decidió postularse como candidato presidencial. La cosa le pareció graciosa a mucha gente, hasta que empezó a figurar como favorito en las encuestas. A partir de entonces lo calificaron de golpista, resentido social y enemigo radical de la partidocracia que sustentaba el sistema democrático.
Algunos ingenuos preguntaron: por qué, si Caldera indultó a Chávez y lo dejó en libertad, el Departamento de Estado se muestra tan intransigente. ¿Será por golpista? No, por golpista no. Recordemos como Hugo Banzer y Augusto Pinochet, ejemplos de mayor calibre, viajaban a Estados Unidos cuando mejor les parecía.
¿Y Petkoff?, veterano del marxismo y la subversión, ¿cómo hacía para visitar a cada rato la sede del FMI, en Washington? ¿Qué hizo para pasar de la lista negra a la nómina de la Central de Inteligencia Americana? La respuesta siempre ha sido muy sencilla: nunca estuvo en la lista negra, desde el principio ha estado en la nómina.
El hijo de Vargas Llosa, en la televisión de Miami, ánimaba a Petkoff en sus argumentos de converso |
Desde 1973 ha tenido visa para entrar y salir de los Estados Unidos. En un principio lo hizo en carácter de conferencista, turista, soplón. Y ya para finales de los años 80, Teodoro comenzó aparecer abiertamente en los programas de opinión política que ensamblan los cubanos estadounidense y trasmiten por el mundo. Así se convirtió casi en un invitado permanente del bodrio Planeta 3, que dirigía Eduardo Palmer y moderaba - más bien agitaba- Alvaro Vargas Llosa, el hijito sin talento del sobrino de la Tía Julia.
En esos capítulos televisivos, grabados en Miami, el catire se presentaba como el ser más ecléctico sobre la tierra. No era liberal ni comunista; no era socialdemócrata ni socialista. Se refería a los 60 en Venezuela como a una época espantosa, sumada al descalabro del socialismo real. Teodoro no se atrevía a defender el papel estelar del Estado en la redistribución de las riquezas, pero tampoco suscribía la fórmula liberal para sacar a los pueblos del subdesarrollo, doctrina que bajo las órdenes de Caldera llevó a la praxis. Ejemplo de guabinazo fundamentalista.
Petkoff pulió más aún su especialidad: la pura denuncia de hechos obvios (el hambre, el analfabetismo, el desempleo, la corrupción) y el señalamiento de unos supuestos culpables, pero sin propuestas coherentes de eliminar esos flagelos. Tras renunciar, primero, a la guerra revolucionaria, y luego al recetario socialista, y al rechazar, simultáneamente, las propuestas liberales, sencillamente se había quedado sin respuestas. Pese a su aparente elocuencia, siempre ha sido, en la práctica, un político hueco. Un arribista ideológico, la síntesis de múltiples desviaciones.
Sus criticas al socialismo se convirtieron en su carta de presentación en EE UU |
El guabino bigotudo ha tenido abiertas las fronteras al sueño americano desde que publicitó su visión sobre el caso Checoslovaquia. El librito se convirtió en la cartilla de la CIA para dividir a los partidos comunistas en América Latina. Se tradujo en varios idiomas y se editaron miles de ejemplares. Dictó varias conferencias invitado por las más recalcitrantes organizaciones y universidades anticomunistas. Es fácil imaginar de dónde salieron los recursos. Lo deslumbró Nueva York. Y ni hablar de sus viajes a Europa, a la comunista y a la capitalista. Francia se convirtió en su país favorito. Lecturas de Sartre y Marcuse lo enseñaron a disfrutar lo mejor de ambos mundo. En pocas palabras, desde muchacho se aferró a la Dulce Vita.
A finales de los 60, su cabellera castaña y desgreñada, aunque sabiamente amaestrada, enloqueció a las bellas damas de la burguesía caraqueña. Muchas de ellas estaban dispuestas a estremecerse de la emoción en la suntuosa tranquilidad del comedor del Country Club al escuchar las historias sobre las “legendarias evasiones del guerrillero”. Con la fundación del MAS cambió de apariencia para ofrecer a sus admiradoras un copete remodelado. Buscaba amoldarse a sus nuevas aspiraciones.
``No soy el típico político comemierda venezolano'', gritaría un día, luego de verse retratado en la prensa por haber sobrepasado su cupo de dólares cuando era simplemente un crítico de la administración chiripa. Una vez a bordo del ente planificador, exigió un trato especial en la OTAC en relación con esa deuda producto de sus viajecitos por el mundo. Cuando lo inmoral se hizo público, Petkoff se defendió prefiriendo quedar como amoral: ``Al contrario, luego de un largo periplo entre el banco donde tengo cuenta, el BCV y la OTAC, nadie me supo decir que hacer para cancelar mi deuda”, dijo. Y remató:
“En la OTAC, al descubrir quién era yo, entonces sí me recibieron. Entonces reclamé: si fuera un ciudadano cualquiera todavía estaría deambulando de un lado a otro sin saber a quién pagarle mi sobregiro. Este es el país''. Sin duda, Teo nunca se ha sentido como un ciudadano cualquiera.
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